Por Silvia Callejas
Piel de asno, Peter Pan, Los viajes de Gulliver y Los tres cochinitos son algunas de las historias que recuerdo mi hermano mayor, Manuel, hacía sonar una y otra vez en el toca disco familiar, a petición de mi hermano Rafael y mía para pasar entretenidos durante las tardes de nuestra infancia.
Todos esos relatos para niños y muchos otros más llegaron a nuestras manos gracias a mi papá, un hombre que regalaba libros con dulces dedicatorias a mi mamá y quien luego de unos años, aprovechó parte de su retiro para leer los libros que Manuel compró durante su época universitaria y para releer los que habían sido dejados a medias por mi mamá.
Más allá de los beneficios que la lectura entrega al ser humano, los recuerdos antes apuntados me hacen reflexionar sobre lo hermoso que es compartir un buen libro y permitir que las demás personas vivan la gama de sentimientos que experimentas con ellos para luego ser discutidas. Así fue como mi papá resumió, durante varios almuerzos, lo que había interpretado sobre los Caballos de Troya de J.J. Benítez y comentó cómo las historias sin cuento de Escobar Galindo estaban impregnadas de erotismo.
De una manera similar fue como mi hermano Rafael puso en común en alguna ocasión con Manuel y conmigo, la historia que Pilar y su amigo seminarista desarrollan en A orillas del río piedra me senté y lloré de Paulo Coelho.
Aparte de este par de encuentros en común que permitieron conversaciones con mi familia, recuerdo que una de las experiencias más hermosas que tuve al compartir un buen texto fue cuando mi papá enfermó. En ese par de meses, procuré adentrarlo en historias que lo mantuvieran por un tiempo alejado de su dolor físico. Fue así como elegimos El libro de los secretos, donde conocimos la vida de Juan Gómez, un hombre que al morir dejó como herencia a su nieto una serie de papeles donde le narraba el camino laborioso que siguió desde su infancia para alcanzar el éxito.
Durante varias tardes tomé el libro y le leí a mi papá las aventuras y desventuras de Juan, tiempo que permitió acercarnos más y que me hizo hacer una conexión entre su vida y la de este personaje: dos hombres que desde pequeños tuvieron que sudar la gota gorda para alcanzar sus sueños a base de trabajo y perseverancia.
Papá ya no está conmigo pero ese libro como el aprendizaje adquirido y el hábito de la lectura los sigo conservando. Esta experiencia en particular me hizo comprender que los libros y sus historias han nacido para compartirse, para vivirse entre dos o más personas, para unir, para disfrutar y para crecer. Estoy segura que en un futuro próximo podré compartir la historia de Juan con otras personas.
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Hace 1 año
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